lunes, 18 de agosto de 2008

Parto por Auyama

Muchos de mis amigos me han llamado para que les cuente mi experiencia en la pasantía (para los que no lo saben estoy haciendo mi pasantía de ley en una montaña en la ciudad de Bonao, en el Cruce de Blanco) es por eso que de ahora en adelante voy a estar publicando algunas de las cosas que me han pasado por aquí.


Mi primer día de trabajo en la clínica, luego de haber atendido unos cinco pacientes, me dirigía junto a mi enfermera a conocer el entorno, a ver mi nuevo hábitat durante todo un año, durante los siguientes 12 meses o los 365 días siguientes ( Espero no sonar desesperado por que el tiempo pase).


A decir verdad ya la enfermera me tenía la oreja roja de tanto que hablaba, tratando de explicarme y de enseñarme como era todo en el Cruce De Blanco. Todos sus años de vivencia en ese lugar me los quería transmitir en tan solo 10 ó 15 minutos:


- tú no te puede llevar de la gente, aquí son to’ uno jabladore .


-fulanita viene to’ lo día a la clínica, yo no sé que lo que tanto se enferma, tu vera dede que sepa que hay un doctor nuevo como va a venir.


-No le haga caso a las carajita de aquí que tú la ve así a todita, pero son mas mala que el diablo, tan rapan#$ dede chiquita y dede que sepan que uted ta’ aquí van a empezar a defilar to’a por aquí, pero e’ pa’ verlo y enamorarlo, dígamelo a mí que tengo más de 10 años aquí.
Trataba de prestarle atención a todo lo que decía, pero me sentía incomodo, por todos lados que pasábamos sentía que todo el mundo me miraba y parecía leer en los labios de todos la misma frase “ese es el nuevo doctor, que joven es.”


Cuando llegamos a la esquina del colmado, un señor se acercó en un motor, con una cara de desesperación y miedo que no pude evitar mirarlo. Después de escuchar lo que quería el señor, mi cara se transformó en una copia de la suya. Estaba en busca de la doctora (aun no se había enterado de que había llegado el nuevo doctor) porque su mujer estaba dando a luz sola en su casa. No sabía que tantas cosas me podían pasar por la mente en tan poco tiempo, claro que he hecho parto, muchos partos, pero todos en la “comodidad” del hospital, con residentes detrás de mí, que me cuidaban mis pasos, con todos los materiales e instrumento que necesitaba, no en una casita de madera, sin instrumento, sin residentes o M.A .que me cuiden la espalda. No sabía qué hacer, pero sin duda alguna no podía escapar de la situación.


La enfermera salió corriendo a la clínica y el camino que habíamos recorrido en 5 minutos lo hizo de ida y vuelta en tan solo 1 minuto. Al verla llegar con una “fundita” me sentí aliviado por que vi que llegaba con los instrumentos necesarios para realizar el parto.


-tenga doctor –me pasaba la fundita, la cual esperaba fuese un kit de parto de esos que utilizaba en la Maternidad La Altegracia - váyase corriendo, móntese en el motor que no cabemo lo do y yo bajo ahora cuando encuentre en que.


Mi cara se volvió a poner como la del señor, por mi mente volvían a pasar cientos de pensamientos en tan solo un segundo. Por un momento pensé que me iba a salvar de esto y que ella iba a realizar el parto. No me quedo de otra, me enganché en el motor y me fui loma abajo a realizar mi labor.
Cuando llegamos a la casa mi sorpresa fue aun mas grande, pensaba que mi cara se iba a petrificar, pues no había quitado la cara de asombro desde hacía rato ya. La señora estaba en la cama toda llena de sangre y arropada. Cuando le quite la sabana que la cubría ella puso un poco de resistencia y vi en su cara el rostro de vergüenza y me dijo:


-dotoi, no me la quite, que me pupusié.


Nunca en mi vida había escuchado esa palabra y menos aun no entendí lo que quería decirme, pero aun así procedí a quitarle la sabana. Al quitársela me di cuenta de que había aprendido una nueva palabra al ver entre las piernas de la mujer las heces fecales que había acabado de evacuar y la cual me estaba tratando de explicar. No todo lo que encontré ahí debajo fue malo, también encontré un niña de unas 8 libras con el cordón umbilical envuelto en su cuello.


Destape mi kit de parto y para mi sorpresa, no era igual al de la maternidad, solo tenía guantes estériles, gazas, una pinza y una tijera. No, aun no terminaba de sorprenderme. Tuve que amarrarle el ombligo con hilo de coser que me busco una vecina.


Después de tanto asombro me sentí bien, había “traído” al mundo una nueva vida, había hecho bien mi trabajo, sin la ayuda de la enfermera.


El señor me montó nuevamente en el motor y me llevó a la clínica, no sin antes regalarme una auyama en agradecimiento. Aun no dejaba de sorprenderme, solo que esta última vez me sorprendí de una manera diferente, pues hasta me reí cuando agarre mi auyama, mientras pensaba dentro de mí: ya conseguí mi cena del día de hoy.